19.11.11

El exilio, según Ildefonso-Manuel Gil

El jet, fugaz suspiro

a contracorazón, en vilo y vuelo;

se pierden en los lejos las riberas

cercerinas[1] del Ebro.


Todo cuanto es mi vida se reduce

a esperanza y recuerdo.

En la mano de Dios, sobre las nubes,

tiempo al margen del tiempo,

mido mi soledad y la estatura

exacta de mi duelo.


Me espera en la otra orilla

del mar un vivir nuevo;

quiero quedarme a solas, sin palabras

sabidas, sin consuelo

de los quereres hondos que aliviaban

de desencanto y asco al pensamiento.


¿Voy por mi libertad? Voy a buscarme,

pues ando tan ajeno

que he de desentrañarme y desterrarme

para poner en limpio el sentimiento.


Se me iba haciendo el mundo

tan íntimo y pequeño

que alzaba sus fronteras

allí donde acababan mis afectos,

mientras pasivamente

como todo mi pueblo

dormitaba el vivir de cada día,

resignado a lo injusto y a lo necio...


Despierto ya, indignado,

voy con el corazón en vilo y vuelo.

¡Ya vuelvo a amar con rabia

la tierra de mis vivos y mis muertos!



[1] Cercerinas: del cierzo

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