a contracorazón, en vilo y vuelo;
se pierden en los lejos las riberas
cercerinas[1] del Ebro.
Todo cuanto es mi vida se reduce
a esperanza y recuerdo.
En la mano de Dios, sobre las nubes,
tiempo al margen del tiempo,
mido mi soledad y la estatura
exacta de mi duelo.
Me espera en la otra orilla
del mar un vivir nuevo;
quiero quedarme a solas, sin palabras
sabidas, sin consuelo
de los quereres hondos que aliviaban
de desencanto y asco al pensamiento.
¿Voy por mi libertad? Voy a buscarme,
pues ando tan ajeno
que he de desentrañarme y desterrarme
para poner en limpio el sentimiento.
Se me iba haciendo el mundo
tan íntimo y pequeño
que alzaba sus fronteras
allí donde acababan mis afectos,
mientras pasivamente
como todo mi pueblo
dormitaba el vivir de cada día,
resignado a lo injusto y a lo necio...
Despierto ya, indignado,
voy con el corazón en vilo y vuelo.
¡Ya vuelvo a amar con rabia
la tierra de mis vivos y mis muertos!
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