"Ya empezaban a apagar las luces en muchos sitios. Bajo los árboles del bulevar, en una oscuridad misteriosa, erraban los pocos transeúntes, apenas discernibles. Más de una vez la sombra de una mujer que se acercaba a Swann, murmurándole unas palabras al oído, invitándolo a acompañarla, le hizo estremecerse. Rozaba con ansiedad todos esos cuerpos oscuros como si, entre los fantasmas de los muertos, en el reino de las tinieblas, fuera buscando a Eurídice"
(Marcel Proust, Un amor de Swann, Madrid, Cátedra, 2004, p. 165)
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