27.10.07

Literatura y nazismo



Después de un descanso espiritual entre mis clásicos grecolatinos, vuelvo a uno de mis temas fundamentales, la literatura alemana de la República de Weimar y del exilio. Y lo hago con una novedad, La excursión de las muchachas muertas (Bruguera), de Anna Seghers, autora de la que ya hablé aquí. En el primer relato, que da título al libro, el recuerdo de una excursión de infancia se entremezcla con los destinos posteriores de las muchachas que participaron en ella, desde la muerte en la Gran Guerra a la separación impuesta por el nazismo. En "Cartas a la tierra prometida" leemos la historia de un padre y un hijo judíos que, tras huir de los pogromos en Rusia, se asientan en París; como tantos judíos, el hijo representa la asimilación a la cultura occidental, el apartamiento de los padres. Cuando el padre decida ir a morir a Palestina, el hijo le seguirá escribiendo, y, enfermo de muerte, escribirá una serie de cartas que irá enviando su viuda durante mucho tiempo, a pesar de la guerra en Europa. "El fin" es la historia de la huida de un verdugo nazi en la Alemania de posguerra, siempre con temor a ser reconocido, de un lugar a otro; un buen retrato de esa Alemania ¿desnazificada?

El testigo ocular (ediciones B, pero ahora en Siruela), de Ernst Weiss ha sido uno de mis descubrimientos del año. Narra una historia familiar (como tantos relatos expresionistas), la del protagonista, sobreprotegido por su madre, alejado de su padre, que se convierte en médico justo para alistarse en el ejército durante la Primera Guerra Mundial; las descripciones del horror que siente ante la guerra son magistrales. Allí tendrá que tratar a un extraño cabo, A. H., afectado de una más extraña ceguera. Tiempo después, asistirá al ascenso político de ese cabo (que no es otro que Hitler, por supuesto), oponiéndose a él, perseguido por el líder para que no se descubra su mentira. De Weiss, uno de los narradores más famosos de su tiempo, sólo se han publicado dos libros más, el relato Jarmila, una historia de amor en Bohemia (Minúscula), nouvelle en la que lo mejor es la ambientación en una Praga gótica y oscura, que hace viajar por esas calles con la imaginación; y El hijo pródigo (Siruela), que tengo empezada. Weiss es un escritor profundo, difícil a veces, pero siempre satisfactorio.


Y sobre la literatura tras el nazismo habla W. G. Sebald en algunos de los artículos publicados en Campo Santo (Anagrama), donde se recogen algunos de los textos póstumos sobre Córcega del autor, así como una serie de ensayos sobre literatura. Ya en Sobre la historia natural de la destrucción apareció un texto sobre Alfred Andersch, autor supuestamente desnazificado. Y aquí tenemos otros sobre la idea de culpa de los alemanes en su literatura. Culpa y alejamiento de su tierra, para después aproximarse a ella, son ideas constantes de mi admirado Sebald, de quien tendría que hablar otro día aquí.

Y para terminar, noticia de otro texto comenzado: Seul dans Berlin (folio), de Hans Fallada, seudónimo de Rudolf Dietzen, otro de los autores reconocidos en la Alemania de Weimar, y de quien también tendría que hacer otra entrada, aunque sea por su apasionante vida (famoso, alcohólico, toxicómano, no huyó de Alemania durante el nazismo; murió en 1947). Fallada narra la historia de una familia que vive en el Berlin de la guerra, a la que la muerte de su único hijo en el frente transforma en opositores al régimen nazi. Promete, y ya contaré. Creo que en castellano, si alguna vez se publicó, se tituló Morir en Berlín (información que saco de la solapa de otra obra de Fallada), pero en alemán se llama algo así como Cada uno muere solo: magnífico título.
Finalmente, otro libro empezado me lleva a mi autor preferido: Automne à Berlin, de Joseph Roth (La Quinzaine Littéraire), recopilación de artículos de 1919 a 1939 del autor austríaco, alguno de los cuales espero traducir para el blog.

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7.10.07

Otomanos, turcos: Estambul


Acabo de pasar la última página de El Turco, de F. Veiga (Debate), un buen libro sobre uno de mis temas históricos favoritos, Turquía y el Imperio Otomano. Sobre este último es más fácil encontrar buenas obras en las librerías (las que yo he leído son El Imperio Otomano, 1300-1650, de Colin Imber, en Byblos, y Los Señores del Horizonte, de Jason Goodwin, en Alianza). El de Veiga trata desde los orígenes del pueblo turco, muy brevemente, hasta el estado actual de la República de Turquía, lo más novedoso para mis lecturas.

No sé si el tema me atrae porque he vivido con atención a través de la prensa los últimos 20 años de la turbulenta política turca, y necesito explicármela, o porque en este país está una de esas ciudades misteriosas y siempre atractivas: Estambul. Desde que era Bizancio, luego Constantinopla, la ciudad fue siempre un símbolo.

Y también lo es, aunque personal, en Estambul: ciudad y recuerdos, de Orhan Pamuk (Mondadori), autobiografía parcial sobre fondo urbano, con mucho de viaje sentimental, en la que el yo del autor se impone a la ciudad, aunque a veces se esconda en ella y en lo que representa para su vida. Igualmente es un álbum de recuerdos y fotos que apoyan el texto o que ayudan a crearlo, como en las obras de W. G. Sebald. Callejas empinadas y sucias, viejas enciclopedias, mapas antiguos, palacios abandonados: una summa personal, un viaje cultural, una aproximación a una parte de la actual Turquía con un fondo de Imperio Otomano.

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